A 75 años del nacimiento de Tanguito, el primer y más grande mito del rock argentino

José Alberto Iglesias, conocido popularmente como Tanguito, cumpliría 75 años este miércoles 16 de septiembre, mientras sigue siendo recordado como el primer y más grande mito que dio el rock argentino, por su aporte al movimiento local de simples y bellas canciones y por las anécdotas que dan cuenta de un estilo de vida marginal y autodestructivo que derivó en una muerte prematura y trágica.

Creador de clásicos como «Amor de primavera», «La balsa», «La princesa dorada» y «Natural», entre otros, gran parte de ellos en coautoría con otros artistas, la leyenda de Tanguito tomó más fuerza con el paso de los años por los escasos registros sonoros, producto de su caótico andar.

Precisamente, esas grabaciones son el fiel espejo de la ausencia total de disciplina musical, pero a la vez dan cuenta de la honestidad de sus interpretaciones y la belleza poética que podía surgir cuando era atravesado por la inspiración.

Como en casi todo mito, el cuento difundido de Iglesias parte de rasgos reales y se deforma en aras de potenciar el conflicto. «Decían que era un drogadicto terrible: Tanguito tomaba Actemin, que era una pastilla que vendían en la farmacia. Eran anfetaminas, que en los 60 te las daban para adelgazar», recuerda Billy Bond, músico clave en la historia del rock en la Argentina y dueño de La Cueva. «Si Tanguito no tenía plata para volver a su casa en el ómnibus, ¿qué droga iba a tomar? Se pasaba tres días sin dormir, ¿cómo querés que hable? Si no podía abrir la boca, no tenía ni saliva».

Sin embargo, la evocación de su figura por parte de quienes lo conocieron suele recaer en su personalidad, con anécdotas que sintetizan la transformación que fue sufriendo por su excesivo consumo de drogas, desde un simpático personaje con destellos de talento a un hombre al que todos evitaban por conducirlos a situaciones absurdas y riesgosas.

Esto motivó que Tanguito, quien también podía hacerse llamar Ramsés VII o Donovan el Protestón, entro otros apelativos, se convirtiera en un perseguido por las autoridades policiales, en un derrotero que hizo que sus últimos años los transcurriera entre la cárcel y las internaciones en neuropsiquiátricos, en donde los tratamientos con electroshock y choques de insulina redujeron al máximo sus capacidades motrices y psíquicas hasta conducirlo a la muerte.

Nacido en un humilde hogar de la localidad bonaerense de Caseros, hijo de un vendedor ambulante y una empleada doméstica, Tanguito se inclinó por la música desde adolescente, cuando se incorporó como cantante al grupo Los Dukes, que en 1963 lanzó un simple con «Decí por qué no querés», de Palito Ortega, y una composición propia llamada «Mi Pancha».

Tras varios discos más, la banda llegó a compartir escenarios con Sandro y Los de Fuego, y Los Bobby Cats, que contaba con Billy Bond como cantante, entre otros grupos que intentaban copiar los sonidos de los primeros clásicos del rock and roll mundial.

Allí comenzó a tomar contacto con muchas figuras que formarían parte de la primera camada del rock argentino, con un bautismo de fuego en el mítico festival «Aquí, allá y en todas partes», organizado en 1966 por Miguel Grinberg, y una participación relevante en la legendaria primera convocatoria hippie en el Día de la Primavera de 1966, en Plaza San Martín, convocada por Pipo Lernoud y Mario Rabey.

Otra discordia en torno a su leyenda fue la génesis de «La balsa». En 1973 (un año después de su muerte) se editó Tango, un disco que en realidad es una recopilación de grabaciones crudas que hizo para el sello Mandioca en 1969 y 1970. En él aparece su versión de esta canción, antecedida por Javier Martínez en su rol de productor machacando «en el baño de La Perla del Once compusiste ‘La balsa'», lo cual fue entendido por algunos como una negación de la coautoría de Litto Nebbia. «La interpretación de todos los boludos de turno -y con la maldad que tienen los argentinos- era que Litto se la había robado. Tanguito sabía tres tonos en la guitarra: un La menor, un Mi, un Re. Nunca podría haber hecho aquel estribillo y nunca lo hubiera hecho con ese arreglo medio bossa nova», dice Bond. Su firma en aquel himno, que en 1967 vendió 150 mil copias, lo salvó de un entuerto con la ley. Cuenta Lernoud: «Una vez nos llevó la policía y él dijo «yo soy el compositor de ‘La balsa'». El poli le dice «¿’La balsa’? ¿El tema que está en la radio todo el tiempo? ¡Qué va a ser el compositor de ‘La balsa’! Ese es millonario, un artista famoso. Mire cómo está vestido usted, una porquería».

Su escaso apego a la prolijidad y la higiene y su manera excéntrica de vestir lo enfrentaba todo el tiempo con la fuerza policial. «Era un personaje raro: le hacía a la mamá coserse los pantalones para que les quedaran chupines, bien pegados a las piernas, cosa que no existía en ese momento. Se planchaba el pelo con una plancha para parecerse a los Beatles. Quería vivir en Inglaterra el flaco, y estaba fascinado con las fotos que llegaban de los Rolling con camisas con jabot, con terciopelo de colores. Y entonces empezó a usar la ropa de la hermana», dice Lernoud. En una de esas visitas a una seccional le pidieron que se desvistiera, con tanta mala suerte que justo llevaba una bombacha por ropa interior. «Los flacos le decían ‘¿por qué se viste así? Y le preguntaban si era gay y nosotros les decíamos ‘no, es un artista’. Él tenía un papelito que le habían hecho los de la discográfica de Los Dukes que decía ‘el señor José Alberto Iglesias es un artista y está vestido de una manera como para hacer los shows’, para que no lo molestaran», recuerda Lernoud.

Tanguito comenzó a frecuentar espacios como La Cueva y la Perla de Once, reductos en donde se reunían muchas de las figuras iniciáticas del rock argentino y el joven movimiento cultural, cuyos integrantes se autodenominaban «náufragos» un mundillo, que son parte de su misterio.

«En La Cueva tocaba Adalberto Cevasco. A tocar el piano subía Fattoruso. Ricardo Lew en guitarra. Unos músicos del carajo. Tanguito sabía dos tonos, déjense de joder. Tocó algunas veces a las seis de la tarde, cuando no había nadie. Y cantaba siempre los mismos temas, ‘Natural’ y otra», dice Bond. Lernoud, en tanto, lo recuerda como un performer desatado: «Se subía al escenario con una guitarra imaginaria y cantaba ‘Perro feroz’ de Elvis Presley en un inglés sanateado y se retorcía y se arrodillaba y se paraba y hacía toda una gesticulación que él imaginaba que era el rock and roll». El Bondo, como dueño del local, se vio obligado a restringirle la entrada por su natural propensión a atraer patrulleros: «Era un blanco fácil: los ojos se le daban vuelta, no podía hablar, así que lo llevaban en cana cada dos minutos. La cana vino y me dijo ‘la próxima vez que vea a este tipo acá adentro te cierro el boliche’. Tanguito tenía prohibida la entrada en La Cueva, pero no por maldad: era que nos cerraban. Así que se quedaba en la esquina. Las pocas fotos que hay de Tanguito son en horarios que yo lo dejaba entrar».

Contradictorio por definición, Tango era capaz de encerrarse en sí mismo e inmediatamente después ser el alma de la fiesta. «Le decían ‘Sordi’ por Alberto Sordi, que era un actor cómico, una especie de Olmedo italiano muy conocido en los 60. Era un tipo muy divertido, buen imitador, un cómico impresionante que todo el tiempo estaba haciendo personajes. Y al mismo tiempo era muy tímido: le costaba hacer shows para la gente, pero entre nosotros estaba todo el tiempo haciendo chistes. Se tomaba en broma a sí mismo», dice Lernoud.

Pero el personaje simpático, de buen corazón y talentoso comenzó a perderse en los excesos de las drogas duras, lo que lo fue apartando de gran parte de los músicos que intentaban concentrarse en el plano creativo, con alguna excepción, como el caso de Javier Martínez, quien impulsó la grabación de su único larga duración en los estudios TNT, o Spinetta, quien lo cobijaba en su casa familiar del Bajo Belgrano a pesar del riesgo que eso suponía.

Su carrera pudo despegar con su contrato con la RCA en el 68 (la prueba que grabó para este sello fue editada en 2009 con el nombre de Yo soy Ramsés), pero su caos interno lo saboteó. «Tuvo en ese momento la oportunidad de empezar a funcionar como un artista, que era lo que había soñado, pero no pudo porque no cumplía con los ensayos, lo querían llevar a hacer shows y no se organizaba, era un desastre. Así que fue quedando marginado, y en un momento no supe más de él. Se fue quedando solo y juntándose con los tipos que le podían seguir el ritmo de delirio y de pastillas», cuenta Lernoud.

Como ejemplo, cabe recordar las anécdotas relatadas por el propio «Flaco», como aquella en la que se encerró en el baño para inyectarse anfetaminas y fue descubierto por la mamá del entonces líder de Almendra, lo que provocó un escándalo; o cuando invadía su casa con otros personajes marginales e intentaba robarle discos.

La espiral descendente en la que se sumergió Tanguito, en la que su figura artística se perdió de manera definitiva, provocó una desmedida persecución policial, con permanentes entradas a comisarías e, incluso, una reclusión en la Cárcel de Devoto, y derivaciones al Hospital Borda, en donde fue sometido a tratamientos que terminaron de minar su salud.

Ya sin pertenencias -en su errático andar había perdido su guitarra y sus discos, entre otras cosas-, con su carrera artística acabada y con el alejamiento de sus colegas, hartos de su conducta, Tanguito murió arrollado por un tren, en la zona de Puente Pacífico, el 19 de mayo de 1972, al fugarse del Borda e intentar llegar a su casa en Caseros.

Como no podía ser de otra manera, su final también llegó en circunstancias poco claras, arrollado por un tren en la estación Pacífico; mientras algunas versiones hablan de un accidente, otras afirman que se trató de un suicidio e, incluso, hasta se hace referencia a una mano que lo empujó a las vías, aunque no existen pruebas al respecto («personalmente creo que a Tango lo mataron», se la juega Billy). Lo cierto es que no hay certezas sobre cómo vivió ni tampoco sobre cómo perdió la vida.

Al momento de su muerte, Tanguito estaba a pocos meses de cumplir 27 años, la edad fatídica para los rockeros, de acuerdo a una leyenda con varios ejemplos que le dan crédito.

El talento desplegado de manera desordenada y en cuentagotas, la trágica historia llena de excesos que roza la marginalidad y lecturas posteriores en torno a su vida y obra aportaron los ingredientes para que el primer y más grande mito del rock local tuviera nombre propio.

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