Desde hoy, con mucho orgullo, Tres Páginas presenta a sus lectores y por gentileza de su autor “La columna de Donald”.
Con la generosidad que los caracteriza, el famoso cantante, actor y compositor, cuenta con un rico anecdotario de su vida, sus años de carrera, sus viajes y vivencias y lo compartirá con nuestros lectores.
Con una prosa coloquial, intensa y divertida, el intérprete de “Tiritando” dará rienda suelta a sus anécdotas, y Tres Páginas las recibe con mucha gratitud.
A continuación, el primer envío de Donald:
Días atrás, charlando en Sucundum Café con Adrián Sun (a quien conocí a través de facebook), me enteré que haciendo la colimba en 1982, le tocó participar desde el continente, en la guerra de Malvinas. Fue infante de marina y realizó arriesgados actos de servicio, acatando órdenes de mandos superiores en la base naval de Puerto Belgrano, donde había sido destinado para cumplir con el Servicio Militar Obligatorio.
Apesadumbradamente, me contó que tanto a él como muchos soldados, que no pisaron las islas pero que participaron activamente en la contienda, las Fuerzas Armadas Argentinas y los sucesivos Gobiernos Nacionales (sin distingo de banderías políticas), les denegaron sistemáticamente el reconocimiento a su participación en el conflicto y por ende a darle curso a reclamos de diversa índole presentados.
Ni siquiera se ha admitido la revisión de legajos y solicitudes por escrito. Resulta comprensible por lo tanto, la frustración que a muchos, como en el caso de Adrian Sun, esto les produce. La mayoría se considera agraviada ante la negativa y aunque toman la misma con resignación y filosofía, en el fondo entienden que la Patria ha sido ingrata y desagradecida para con ellos, que se la jugaron por entero por ella y sin retaceos.
Al tocar Adrián Sun el tema de ingratitudes y desagradecimientos, recordé que hace tiempo atrás, mantuve un encuentro con soldados de otras latitudes, que manifestaron un sentimiento similar aunque distinto.
A mediados de 1978, me encontraba cantando, en un piano bar de La Florida, llamado «THE WAIKIKI LOUNGE BAR» o «EL WAIKIKI» como me gustaba decirle a mí. El lounge quedaba al norte de Miami Beach, para ser exacto en Collins y la 187 (Miami Beach arranca en Collins y la Uno). La zona donde se hallaba emplazado el WAIKIKI, estaba plagada de piano bares, uno al lado del otro y la mayoría, presentaba a los clientes diversas propuestas musicales para atraerlos.
En Estados Unidos hay mucha gente sola y los piano bar, son lugares de encuentro. En algunos de los bares cercanos de gran tamaño, tales como el Castaways o el Marco Polo, tocaban bandas locales de rock y jazz fusión, pero los más frecuentados por los vecinos del barrio, eran los bares de tamaño chico o mediano como EL WAIKIKI, donde presenté mi show durante un año entero, a razón de seis noches por semana.
Había gente que era fana mía y venía a visitarme todas las noches. Una de esas noches, en el Lounge de un hotel que quedaba a media cuadra del WAIKIKI, un ser siniestro se puso de pie y sacando de una cartuchera un revólver, le pegó un balazo a un virtuoso guitarrista oriundo de Arizona que allí tocaba, matándolo en el acto porque no le gustaba la canción que estaba cantando. ¡Para qué! …El pánico cundió entre los músicos de la zona y cada uno empezó a tomar sus propias precauciones.
En mi caso, lo primero que hice, fue cambiar el palco- escenario de lugar. Efectivamente, al estrado elevado sobre el cual cantaba, lo había armado frente mismo, a uno de los dos grandes ventanales que daban a la transitada avenida Collins. Mi propósito al ubicarlo donde lo puse, había sido que se me pudiese ver desde afuera. Que los automovilistas que pasaban, viesen mi figura de espaldas tocando la guitarra, recortada contra el vidrio fijo del ventanal, gracias a efectos lumínicos y luces multicolores…que pararan y entraran.
El ardid hasta ese momento me había dado buen resultado. Muchos transeúntes paraban y entraban, pero cuando pasó lo que pasó, lo primero que hice sin pérdida de tiempo, fue cambiar el escenario de lugar. Lo ubiqué de espaldas a una sólida pared (jajajajaja como hacen los mafiosos que se sientan de espaldas a la pared, dirá suspicazmente algún bromista que nunca falta).
Es que pensé…»no vaya a ser que un loco de estos que andan sueltos y que abundan en los Estados Unidos, se le ocurra tirarme un tiro o una piedra desde un auto en movimiento».
A la noche siguiente, mientras cantaba un tema de country music (género que me encanta), observé que en el marco de la puerta de entrada, se encontraba parado un tipo melenudo, que no se decidía a entrar ni a irse. También y a causa de mi miopía, si bien no pude distinguir su rostro, me dio la impresión que estaba envuelto en una niebla negra, como si tuviese una especie de aura oscura y tenebrosa.
Entonces dejé por unos segundos de rasgar la cuerdas de mi guitarra OVATION y levantando mi mano derecha lo saludé, al tiempo que exclamaba en el micrófono…»JAI»… («HI», un diminutivo de HELLO…HOLA).
El pelilargo se sorprendió con mi bienvenida, entró, se sentó en un taburete de la barra, bastante lejos del escenario, pidió un trago, lo bebió de un solo sorbo y ahí nomás se fue. Se me ocurrió que no lo vería más, sin embargo el tipo empezó a caer todas las noches. Las primeras veces sólo, después con un amigo, después con otro y al cabo de un mes en grupos cada vez más numerosos, todos los integrantes con aspecto bastante hippie y desaliñado.
Cada vez que el extraño de pelo largo entraba, recibía mi saludo…»HI»…(JAI). Una noche, Tom (el bartender) me dijo que Mike (así se llamaba el misterioso personaje) y los veinte amigos que lo acompañaban, me invitaban a tomar un trago con ellos. Querían que me sentara con ellos en uno de los taburetes de la barra. Ahí nomás fui y me senté en un taburete junto a Mike, quien con respeto, estrechándome la diestra me dijo: «Nosotros somos soldados, ex combatientes de Vietnam…nuestros compatriotas en este país, deberían tratarnos como héroes y en cambio, en lugar de eso y lejos de eso, nos tratan como si fuéramos asesinos”.
“Sin embargo vos, que sos un extranjero, la primera noche que pisé este lugar, me saludaste…y por eso venimos todas las noches…para que te sientas acompañado, que sientas que no estás sólo, queremos que sepas que somos tus amigos y que podés contar con nosotros para lo que sea».
Si hasta ese momento, había albergado dentro mío alguna clase de temor, en el sentido que pudiese aparecer algún loco homicida a hacer algún desastre, a partir de esa noche, me convertí en el tipo con mayor seguridad del mundo. Era como tener una Guardia de Honor y pensé…»si llega a aparecer por acá algún chiflado siniestro, como ese que mató al guitarrista del Whispering Palms Hotel…es boleta seguro, no dura ni un minuto, mis amigos, los soldados, lo amasijan de una».