Este 7 de septiembre se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Miriam Alejandra Bianchi, conocida como Gilda, luego de sufrir un accidente de tránsito en la Ruta Nacional 12 durante una gira por el interior del país. Esa noche, su madre, su hija, tres de sus músicos y el conductor del autobús también perdieron la vida, y doce personas resultaron heridas.
Antes de convertirse en un ícono trabajaba como maestra jardinera; fue esposa, madre y dedicaba su tiempo a las tareas domésticas, lo que se esperaba socialmente para la mujer. Sin embargo, se animó a romper los mandatos y estereotipos para luchar por su sueño: cantar arriba del escenario y que la gente se enamore de sus canciones.
Para eso, tuvo que enfrentar el machismo dentro de la industria tropical, como los estereotipos de belleza imperantes o el contenido de las letras. Dueña de grandes éxitos como “Fuiste”, “Se me ha perdido un corazón”, “No me arrepiento de este amor” o “Corazón valiente”, la cantante no solo dejó una huella en la escena tropical nacional, sino también trascendió fronteras y escaló hasta Rusia.
La encargada de llevar la cumbia a ese país fue Natalia Oreiro, según pudimos ver en el documental que estrenó Netflix en plena pandemia, “Nasha Natasha”, que fue dirigido por Martín Sastre y que cuenta la gira de la cantante por ese país. Recordemos que la actriz fue elegida para protagonizar la biopic de Gilda, dirigida por Lorena Muñoz.
Muchas de las canciones de la cantante de cumbia fueron versionadas por bandas y artistas de diversos géneros musicales, como Attaque 77 o Los Enanitos Verdes. Incluso, traspasó fronteras y todas las barreras culturales para llevar amor, música y fiesta.
Gilda, santa y reina de la cumbia
Para muchos, la cantante se convirtió en una santa popular. Aún hoy, 24 años después de su muerte, se erige un altar en la localidad entrerriana de Ceibas, a unos metros de donde se produjo el accidente. Allí, donde también se conserva el micro en el que viajaba, llegan fieles de todo el país que le dejan cartas, plegarias, placas de bronce, flores de colores, amuletos, ropa. Para ellos, Gilda los curó, los ayudó a conseguir un trabajo, a tener un hijo o salvó a un familiar. Entre todos alimentan el mito: la milagrosa, la sanadora, la poderosa. En esos metros cuadrados, el tiempo se detiene y se conectan la tierra y el cielo. Gilda sigue presente en el corazón del pueblo. Fuente El Litoral