Hay personajes de la cultura universal cuya influencia puede ser cuestionada o al menos puesta en discusión. John Winston Ono Lennon es de los indiscutibles. A veces hay que recordar que el big bang de The Beatles estuvo en su persona, como fundador de The Quarrymen e imán que fue atrayendo a Stuart Sutcliffe, Paul McCartney, George Harrison, Pete Best, Ringo Starr. Puede decirse que la revolución cultural que cambió al planeta Tierra tuvo su punto cero en el 251 de Menlove Avenue, en los suburbios de Liverpool. La casa todavía está ahí. Lennon no.
En medio de uno de los feroces bombardeos que la Alemania nazi habitualmente lanzaba sobre Liverpool por su apreciado puerto en medio de la Segunda Guerra Mundial, nacía el 9 de octubre de 1940 John Lennon. Al bebé le pusieron John Winston, parte linaje familiar y parte admiración por Churchill. El padre estaba en alta mar, trabajando. Pero el tiempo pasó, la guerra terminó y el hombre no aparecía. Cuando lo hizo llegaron los reproches, las peleas y John quedó en el medio de las tormentas conyugales como moneda de cambio.
Para empezar, la familia: la ausencia de Alfred Lennon –el marinero a quien John supo recriminar su oportuna reaparición cuando él ya era una estrella- Julia ya tenía otra pareja y estaba embarazada. El padre se fue para no regresar y John se fue a vivir con su tía Mimi, le dio amor incondicional pero también un estricto corset ante el que rebelarse. La relación de John con su madre, aunque conflictiva, se fue reconstruyendo (“La mitad de lo que digo no tiene sentido/ pero lo digo para alcanzarte a vos, Julia”, escribió John en la canción beatle a la que le puso el nombre de su madre).
Julia, fue un espíritu libre, que le enseñó sus primeras canciones en un banjo y le regaló su primera guitarra ante el ceño fruncido de Mimi, que le decía «la guitarra está muy bien, pero nunca te vas a ganar la vida con eso». Julia sería poco después otra ausencia dolorosa: su muerte en un incidente vial forjó a un adolescente rebelde, poseído por una furia que solo lograría liberar del todo en la terapia del “grito primal” muchos años después.
Pero cuando John tenía 17 años, viviría dos acontecimientos clave que determinarían su futuro: la aparición del rock and roll, vía Elvis Presley; y la muerte de su madre, de la que fue testigo, atropellada mientras cruzaba la calle despidiéndolo con la mano al final de una visita. El victimario fue un patrullero conducido en contramano por un policía borracho. Ese dolor, esa ausencia, los desencuentros no resueltos se convirtieron en fantasmas que lo merodearon el resto de sus días.
Ese Lennon primigenio asustaba a los padres de sus amigos, que recomendaban evitarlo; pero ahí estuvo el primer lazo de hierro con quien sería su socio en la revolución. Porque Paul McCartney tenía un espíritu menos belicoso, pero lo consumía el mismo dolor por la muerte de su propia madre. Esa coincidencia humana, sumada a la misma pasión por la música que llegaba de Estados Unidos, estableció las bases de una sociedad artística destinada a la leyenda.
El impacto que tiene la figura de John Lennon en la historia de la cultura popular se expande aún hoy, al punto que 80 años después de su nacimiento, cada nueva generación cae rendida a sus pies.
La riqueza de la obra del genial artista también da lugar a que siempre aparezca material suyo sorprendente o historias narradas por quienes compartieron su vida que conmueven al ser reveladas.
Lennon nunca abandonó la aspereza de su adolescencia difícil. Lennon fue el tipo que con solo 25 años compuso una canción como “Help!”, una letra que no estaba pensada solo para encajar en la métrica, explícita desde el título y desde el mensaje de un tipo que empezaba a entender que era motor de una revolución apasionante, pero que se los estaba llevando puestos. A diferencia de George, que era un virtuoso –caramba, fue enrolado en la banda en parte porque era el único que sabía afinar el instrumento-, Lennon no estaba especialmente dotado para la guitarra; era un ejecutante correcto, un buen guitarrista rítmico que brillaba en la composición, el arreglo, la producción, la lírica. El tipo que en Revolver abrió una puerta al infinito con “Tomorrow Never Knows” (no, nunca le pidió a George Martin «colgarse de una cuerda en el estudio») y dibujó un nuevo universo con “Lucy in the Sky with Diamonds”.
Y también, el que entendió la dimensión política que podía tener el arte cuando señaló la pura verdad de que The Beatles eran más populares que Jesucristo y desató un pandemonio. Ahí, quizá, estuvo el génesis del otro Lennon, el pos Beatle.
Pero él también era el de las opiniones contundentes. Escandalizó cuando le pidió a las damas de la platea agitaran sus joyas o cuando dijo con toda naturalidad, sin abrir juicio de valor, que ellos eran más famosos que Jesús. El camino de la experimentación (no sólo lírica o sonora) también lo encabezaba él. La experiencia con el LSD también llegó a sus temas, lo mismo que las búsquedas experimentales y la realidad de madurar y transformarse a la vista de todo el mundo.
Se había casado con Cynthia Powell, una compañera de la escuela de artes. El noviazgo había durado varios años. En 1962 ella quedó embarazada. Decidieron casarse.
Tuvieron a Julian, que en los ochenta logró algunos hits pop con un timbre de voz parecido al del padre. El inicio del matrimonio coincidió con la Beatlemanía. Si había alguna (mínima) chance de que la pareja tuviera éxito, esa situación la terminó de sepultar. Lennon reconoció con pesar que fue cruel con su primera esposa, que no la trataba bien, que derramó todo su machismo sobre ella. La pareja se fue descomponiendo, pero no se separaron hasta que ella encontró a John con Yoko en su hogar.
La aparición de la artista japonesa revolucionó el mundo de John. La pareja estaba siempre junta. En las salidas, en las grabaciones de los Beatles, en las entrevistas. Sus mundos se fusionaron, los personales y los creativos. John quiso mostrarle al mundo su amor. Y el mundo no lo recibió demasiado bien. “Cuando empezamos a salir todo el mundo pensó que nos habíamos vuelto locos”, dijo John mucho después.
Ella fue sindicada como la responsable de haber provocado la ruptura de los Beatles sin que se entendieran los crecimientos personales, las tensiones internas, las presiones, las batallas calladas entre los cuatro, el desgaste inhumano que produce la fama desorbitada. No importaba cuánto tuviera de real la incidencia negativa de Yoko, bastó con el señalamiento para que quedara signada como uno de los grandes villanos del siglo pasado.
La pareja editó varios discos juntos. Los álbumes experimentales, esas aventuras sonoras con Yoko, fueron más un gesto de modernidad, de búsqueda, que obras avant garde. Pero ese gesto provenía de un Beatle. Ya desde la tapa hacían su declaración. John y Yoko parados de frente, totalmente desnudos, en una postura más desafiante que erótica; o Yoko internada tras un aborto espontáneo con John acompañándola, tirado en el piso.
Las tormentas personales de Lennon influyeron en su discografía solista, que fluctuó entre genialidades como Imagine y el disco de la Plastic Ono Band con álbumes desparejos como Mind Games o Walls and Bridges. Tampoco ayudó a su paz de espíritu la persecución del gobierno de Richard Nixon, que no toleraba su agitación permanente contra Vietnam y a favor de los trabajadores explotados por el sistema capitalista, lo espió y estuvo a punto de deportarlo. A Lennon lo salvó Watergate y la renuncia de Nixon, y solo recuperó el balance en la reconciliación con Yoko y la dedicación que le dio a su hijo Sean: John, que sometió a su primer hijo Julian a un abandono similar al que sufrió él por parte de Alf, decidió en 1975 dejar la música a un lado y concentrarse en su familia. Solo saldría de ese círculo íntimo para encontrarse con un destino horrible.
Mientras tanto, los periodistas lo buscaban y encontraban su lengua directa, que desconocía los eufemismos. Las diatribas contra Paul eran frecuentes. Desmerecía sus discos solistas, dudaba del poder compositivo de su compañero de firma fuera del grupo, se adjudicaba la decisión de haber disuelto al grupo, dejando en claro que nadie le imponía condiciones.
También era inclemente con George Harrison. Se reía de sus búsquedas espirituales, lo minimizaba como compositor. Y hasta Ringo Starr, con el que más relación mantenía, caía bajo su ingenio lacerante. Con el baterista utilizaba algo de condescendencia o aclaraba que un disco de Ringo no estaba mal, pero que él no lo compraría nunca. Desde la separación más allá de encuentros momentáneos, John buscó destacarse entre los ex Beatles y fue el que siempre se mostró más firme en cuanto a rechazar toda posibilidad de reunión de la banda. Eso era el pasado y él miraba hacia adelante.
Después vino Imagine. Su gran éxito solista. La tapa onírica: él mirando de frente, con sus anteojos redondos, la nube y el cielo. Canciones de amor y de odio (How do you sleep su catársis anti Paul).
Supon (gamos) que el disco no hubiera llevado de título el de esa canción. Imagine, de todas maneras, hubiera conseguido resaltar. Un himno que traspasa fronteras y épocas. Lejos está de ser su mejor canción, pero como buena gema pop, logra en pocos minutos encerrar un mundo. Un mensaje pacifista y esperanzador compuesto una mañana mientras miraba a Yoko en su habitación y grabado en un Stenway en Inglaterra en apenas dos tomas.
Hubo también otros gestos. Los Bed-in. La pareja acostada en una cama de hotel mientras recibía periodistas y transmitía un mensaje pacifista. Otra vez el impacto. Los amigos y la grabación de Give Peace a Chance. Dale una oportunidad a la paz. Una canción de fogón, otra vez ingenua, machacona y efectiva. La búsqueda por comunicar de una manera diferente, de llamar la atención sobre una causa noble. Toda la puesta en escena tiene algo artificial, exhibicionista y hasta algo ridícula pero también -aunque parezca que exista alguna contradicción con el primer adjetivo- real y noble.
Billy Corgan dijo: “La gente se reía del Bed-In. Pero para mí, ahora, es un gesto revolucionario de la mayor magnitud. Fue la primera persona que de manera pop dijo que la paz era importante”. Puede ser considerado gesto trivial o inocuo, pero como afirma Corgan, Lennon, en medio de un clima de agresividad, en medio de guerras, revoluciones, de jóvenes que creían que el camino era el de la violencia, se paró (en realidad, se acostó) frente a ellos y clamó por la paz. El otro elemento a considerar es su situación en Estados Unidos. Amenazado con ser deportado por la administración Richard Nixon, con problemas con la justicia, él no cedió a las presiones.
Tiempo después, las grandes capitales del mundo tuvieron enormes afiches que en letra catástrofe anunciaban The war is over. La Guerra terminó. La letra chica, como en todo contrato, relativizaba la afirmación: “Si tú quieres”, explicaba.
John grababa un disco por año, pero la recepción crítica y de público no siempre era la que él deseaba o esperaba. Era como que todos esperaban más de él, o como si siempre esperaban algo distinto de lo que él les brindaba. “No es divertido ser artista. Escribir es una tortura. Si pudiera ser un puto pescador, lo sería”, declaró.
En 1973, en medio de la grabación de Mind Games se rompió su matrimonio. Todo había comenzado (o terminado) en una fiesta en la que John desapareció de la vista de Yoko unos minutos. Ella supo qué estaba sucediendo, pero no hizo nada por impedirlo. Lo único que esperaba era discreción. Pero las circunstancias jugaron en contra. Uno de los invitados se quiso retirar de la fiesta antes. Al ir a buscar con los anfitriones sus abrigos al dormitorio principal de la casa en la que la reunión tenía lugar se encontraron con una sorpresa al prender la luz. John Lennon estaba teniendo sexo con una joven y rubia invitada.
Yoko no hizo ningún escándalo público pero unos días después la pareja tuvo una charla definitiva. Yoko Ono le dijo a John: “Te devuelvo tu libertad”. El arrepentimiento del Beatle y sus disculpas no alcanzaron. Debió dejar la casa que compartían
La separación de Yoko lo llevó al Fin de Semana Perdido. Un año y medio en el que se dedicó a salir cada noche con Harry Nilsson, Ringo, Keith Moon y varios más. Un romance con May Pang, la chaperona que le había mandado Yoko, el disco de covers de las canciones que a él lo habían hecho quién era, los clásicos del rock de fines de los cincuenta. De esos días de noches demasiado largas, drogas, alcohol, mujeres, quedaron muchas anécdotas y poca música. Harry Nilsson, una noche resumió el estado en el que se encontraban (él, Ringo, Moon y John), con una frase certera: “Ya no somos músicos que toman alcohol y experimentan con drogas; nos convertimos en adictos que de vez en cuando hacemos música”. Y esa escasa música pese al genio compositivo de John tampoco era tan buena.
La pareja una vez más se juntó. Yoko quedó embarazada de Sean y Lennon se retiró por cinco años. Cocinó, cambió pañales, se quedó en su casa a criar a su hijo. Tampoco fueron años totalmente tranquilos. Luchó contra sus contradicciones, contra sus fantasmas, con sus enojos repentinos. En 1980 tras un viaje a Bahamas con Sean decidió volver a grabar. Pero, una vez más, él pondría las condiciones. Rechazó las ofertas millonarias de las discográficas más importantes (¿quién no quería editar el disco de regreso de Lennon?) porque a estas sólo le importaban sus canciones. Él quería compartir los surcos del disco con Yoko. Darle visibilidad a su música.
“Escribí Woman is the Nigger of The World hace más de una década, pero era una declaración. Bienintencionada, pero sólo una declaración. Yo tenía que hacer mucho más para respetar a las mujeres, trabajar internamente para lograr sacarme esos prejuicios de encima”, declaró John, el primer reconstruido célebre.
Double Fantasy apareció a fines de 1980. La recepción, al principio, fue tibia. Las canciones de Yoko en el medio de las de John molestaban. Y Lennon les había dado otra vez algo que no esperaban. Era un canto emocionado a la adultez, al encanto de la vida doméstica, del goce que significa el calor familiar. Lo acusaron de blando. Algún crítico hasta lo mandó a lavar los platos. A él no le importó. Estaba feliz de estar de nuevo en el ruedo. Se demostró que no estaba oxidado. Mantenía su súper poder: aún podía escribir canciones hermosas. Enseguida entró al estudio a grabar el sucesor. Creía que se podía llamar Milk and Honey. Las épocas de furia habían quedado atrás, muy lejos.
Por otra parte, también como celebración de los 80 años de John, su viuda y Sean lanzarán «Gimme Some Truth. The Ultimate Mixes», una edición de lujo curada por ellos, con 36 clásicos remezclados con notables mejoras en el sonido, fotos inéditas de su archivo personal, viejas entrevistas y cartas, entre otros elementos.
Las cintas fueron tratadas de manera analógica por el ingeniero Paul Hicks, quien ya tuvo a cargo un trabajo similar en «Imagine. The Ultimate Collection», una anterior reedición del famoso disco; y remasterizadas por Alex Wharton, en los estudios Abbey Road de Londres.
Entre las «joyas» incluidas en el material gráfico, se encuentra la carta enviada por Lennon en 1969 a la Reina de Inglaterra, cuando devolvió la medalla que, junto a sus tres compañeros beatles, lo nombraba Caballero del Imperio Británico en 1965, en protesta por la postura oficial ante la Guerra de Vietnam y la extinta Biafra.
Este lanzamiento y este especial de la BBC son apenas dos de los muchos homenajes montados en todo el mundo y que, seguramente, tendrán sus réplicas el próximo 8 de diciembre, cuando se cumplan 40 años de su absurdo asesinato.
Pero volviendo del estudio, el 8 de diciembre del 80, en la puerta del Dakota lo esperaba ese joven, relleno, algo tímido, de mirada tosca que tenía un trajinado ejemplar de la novela de Salinger en un bolsillo, un desquiciado llamado Mark David Chapman incubaba el acto que iba a detener la respiración del mundo y hoy tiene 65 años y cumple la sentencia a cadena perpetua en el Centro Correccional de Wende. Esa noche nefasta de la cual también se cumplirá un aniversario redondo el próximo 8 de diciembre. Los cuatro balazos que le dieron peso insoportable a la frase “El sueño se terminó”.
Lo que lleva a la pregunta del comienzo, y unas cuantas más: ¿Quién sería John Lennon hoy? ¿Tendría el mismo nivel de actividad que su socio de la posguerra, que sale de gira y entrega shows de tres horas en plena forma? ¿Celebraría como celebró Ringo sus ocho décadas? ¿Hubiera existido una reunión concreta, y no el reencuentro virtual de “Free as a Bird” y “Real Love” en el Anthology de The Beatles? ¿Qué canciones se perdieron para siempre en la vereda del Dakota? Quizá solo cabe la seguridad de que sería, como tantos artistas de Estados Unidos, un furibundo crítico de Donald Trump. Queda la triste comprobación de que a veces al final no se recibe el mismo amor que se da. Y la sensación de que su muerte dejó a varias generaciones tan rodeadas de escombros como el día que pegó su primer grito.