El tío Carlitos y su brioso alazán

Carlitos Suárez, tío mío por el lado de mamá (de los Suárez de Mendoza), era profesor de box. Su pupilo más famoso había sido Pascualito Pérez, campeón mundial argentino en ese deporte.

El tío Carlitos vivía en la encantadora localidad mendocina de Luján, en compañía de Tita, su esposa y una yegua mascota, que guardaba en un establo al fondo de su casa.

Pascual Pérez, pupilo del tío Carlitos.

El tema es que para entrar y salir del establo, había que pasar obligadamente a través de la vivienda y el tío Carlitos, llevando con una rienda de la brida a la yegua, la sacaba del establo, la hacía atravesar los 29 metros de jardín y entrando a la casa por la cocina, a continuación atravesaba el comedor, serpenteando entre la mesa y un aparador- vitrina llena de muñecos de porcelana y adornos, luego por el living esquivando sillones, siguiendo por un hall que daba a la puerta de salida y el porche de entrada.

A la vuelta lo mismo pero a la inversa. Todo esto, con la yegua atrás suyo se entiende. Hete aquí, que un día la yegua se murió y mi tío Carlitos se puso muy triste. Tan triste estaba que canceló uno de sus soñados viajes a Buenos Aires a visitar a «la Pirucha» (mi mamá, su sobrina).

Cada tanto viajaba a Buenos Aires y se daba una vuelta por la casa de Pereyra Lucena, en donde lo aguardábamos con ansiedad y gran beneplácito.

A mí, que desde siempre me gustaron los autos antiguos, me fascinaba a la edad de ocho años, ver aparecer al tío Carlitos montado en su FORD T modelo 1927, color verde botella, capota negra y ruedas de madera beige calzadas con delgadas cubiertas blanco y negras.

El tío Carlitos era un tipo muy elegante y como todo deportista, súper ágil y atlético. Nunca salía a la calle sin sombrero y era poseedor de un carácter realegre y divertido.

Me enseñaba técnicas de box, especialmente a defenderme esquivando los golpes. Lo suyo era un verdadero arte y no había forma de entrarle una piña…salvo que te dejara.

Pero en esa oportunidad, no viajó y a mamá se le ocurrió la genial idea de enviarme a visitarlos a él y a la tía Tita, con una misión…intentar alegrarlos…y hacia allí fui.

En la casa se estaba quedando un chico de mi edad, de piel morena, (hijo de Carlos Thompson, otro famoso boxeador discípulo de mi tío), con quien inmediatamente nos hicimos buenos amigos.

Jugábamos al football sin parar e íbamos a remontar barriletes desde muy temprano a la mañana. Un día, al tío Carlitos, sus vecinos le regalaron un caballo que habían comprado entre todos para él.

Contento, como un chico con chiche nuevo, el tío Carlitos en el acto le puso un cabestro y tironeando de una rienda al alazán, lo condujo hacia la casa.

La tía Tita se preocupaba por que con mi amigo, no nos pusiéramos detrás de las patas del caballo, no fuera a ser que tirase una patada y nos hiciera daño…para que…ni que el alazán hubiera entendido lo que la tía Tita nos decía, lo cierto es que al pasar por el comedor, el mueble-radio cuyo parlante emitía a alto volumen una chacarera, lo encabritó en tal forma, que lanzando una feroz patada al artefacto, le dio de lleno y lo hizo volar por el aire.

Un brioso alazán, como fue el del tío Carlitos.

La radio terminó estrellándose y rompiéndose en mil pedazos contra una pared. No satisfecho con eso, se lanzó en una desbocada carrera por el living, el comedor y la cocina, arrastrando al tío Carlitos por el piso (quien se resistía a soltar la rienda). Fue destrozando todo lo que encontraba a su paso (mesa de comedor, vitrina con muñequitos de porcelana y adornos incluidos), hasta que al llegar al fondo del jardín se topó con el establo y todo el pasto almacenado en él. Ahí se calmó.

La canción de hoy

Donald les regala a los lectores de Tres Páginas esta versión de «Celosa».

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