Tuve el privilegio en mi vida, de conocer al DIEGO en persona y de charlar con él, en dos oportunidades diferentes. Lo recordaré siempre como un tipo muy cálido, sincero y de una humildad admirable, tomando en cuenta, la gigantesca fama internacional, que su actividad futbolística le proporcionó.
Desde hace mucho tiempo, DIEGO se convirtió en uno de los hombres más conocidos y queridos del mundo entero. Pude comprobar colmadamente lo que afirmo amigos, cuando en un viaje a Japón en el año 1980, el malhumorado conductor del taxi que me llevó del aeropuerto al hotel, (enojado porque no nos entendíamos ni en ingles ni en castellano), cambió instantáneamente de ánimo y sonrió de oreja a oreja, al oírme decir…Argentina y la palabra mágica…MARADONA.
Al año siguiente en la ciudad de Mar del Plata, en el predio de la Feria Internacional del Atlántico «UCIP 81» (que me había contratado para presentar grandes atracciones), conocí personalmente a Diego Armando Maradona.
Puedo afirmar que las dos atracciones que más público concitaron en la UCIP de esa temporada, fueron Lou Ferrigno alias «El Increíble Hulk» y Maradona. Hulk convocó a no menos de dos mil personas, y Maradona duplicó largamente esa cifra.
La publicidad se armó en base a un slogan…»Atajale un penal a Maradona». Cientos de chicos hicieron fila para atajar el penal de Maradona, y a cada uno de ellos Diego, le pateó suavemente la pelota, depositándola en sus manos. Cuando ya no quedaba ningún chico más para atajarle un penal, Diego sorpresivamente dijo…»ahora te toca a vos, Donald». Sorprendido y confiado en que se lo iba a atajar, largué el micrófono, me paré frente al arco y esperé recibir la número cinco en mis manos pero no fue así…el Diego la clavó en el ángulo izquierdo del arco, a una velocidad que ni me dio tiempo a moverme…jajajajaja…ni la vi pasar.
La segunda vez que lo tuve a Maradona cerca de mí, fue en el verano de 1994 en La Barra.
Diego se encontraba en el Este Uruguayo de vacaciones y se alojaba en lo de Guillermo Cóppola (distante a unos doscientos metros de mi casa). Todos los días se lo veía al DIEGO paseando por la zona de Montoya al volante de un auto convertible blanco. Una tarde, paró frente a casa y le autografió a mi hijo Patrick (fanático admirador suyo) una camiseta de fútbol que le había regalado Matias McCluskey. Su presencia causó conmoción entre los vecinos del barrio, que se arremolinaron alrededor de su auto, impidiéndole bajarse del mismo y visitarme a mí y mi familia, como se me ocurre era su intención.
Y la segunda vez que charle con él, fue a la noche del día siguiente.
Hacía mucho calor y salí a dar una vueltita de pocas cuadras, bajo un cielo lleno de estrellas, calzando unas ojotas hawaianas y un traje de baño como única vestimenta. ¡Hacía muuucho calor!
Pasé caminando frente a La Posta del Cangrejo (a cuatro cuadras de casa) y advertí a través de un gran ventanal, que en el salón principal se estaba celebrando una fiesta. No sabía que en ella se encontraba Maradona.
Diego, que estaba bailando, a través de ese largo ventanal que daba a la calle, me vio pasar y salió de la fiesta para invitarme a entrar. Le agradecí la invitación pero le respondí que no, pues no estaba vestido apropiadamente. Adentro en la fiesta, sus invitados (una veintena), y el mismo Diego, vestían muy elegantemente. Entonces el Diego me dijo: «Ay ay ay Mac Claski, esperame, no te vayas…esperame aca…entro y salgo, no te vayas por favor».
Entró a La Posta y segundos después, salió con dos copas de champagne en la mano para que brindáramos los dos en la vereda.
Hace 26 años de esto que cuento ahora amigos, pero ese gesto suyo lo llevaré por siempre en mi memoria.
Mentiría, amigos si dijese que su fallecimiento no me ha entristecido, pero en fin, lo acepto con pesar pero sin rechazos, pues sin dudas para mí, ha sido la voluntad de Dios, nuestro Señor.
Que en paz descanses, admirado ídolo de multitudes…Diego Armando Maradona.