La vida de John Lennon se acabó brutalmente hace 40 años en Nueva York, pero su leyenda sigue viva, su música se continúa escuchando en todo el mundo y su figura es aún una fuente de inspiración para otros artistas.
Poco después de haber cumplido los 40 años, el 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman acabaría con la vida del músico frente al Dakota Building de Nueva York donde residían él y su pareja. Yoko Ono, no exenta de crítica, decidió que no se celebraría ningún funeral, incinerando su cuerpo y esparciendo sus cenizas por Central Park en un día que marcaría un antes y un después en la historia de la música. Chapman se declararía culpable de asesinato en segundo grado, por lo que fue condenado a cadena perpetua.
Tras su muerte, Lennon fue incluido en el Salón de la Fama de los Compositores en 1987 y en el Salón de la Fama del Rock en 1994. Desde 2015, la ciudad de Nueva York ha declarado el 29 de julio como el “Día de John Lennon”.
Tal vez uno de los mayores tributos a Lennon vino de la mano de Bob Dylan, que en su album «Tempest» (2012) recuerda al músico asesinado en Nueva York, el 8 de diciembre de 1980 por un fan desequilibrado. Uno de los temas del disco, titulado «Roll on John», era un tributo de siete minutos a Lennon y a su recorrido musical.
Ozzy Osbourne, líder de Black Sabbath, grupo pilar del heavy metal, que hizo una versión muy personal de «How?», incluida en el álbum «Imagine» de Lennon. En el videoclip, el artista, vestido con un largo abrigo de cuero negro, cruza las calles de Nueva York para llevar un ramo de flores ante la placa conmemorativa de Lennon, en Central Park.
Más allá de la música, Lennon fue también una figura contradictoria y que no genera unanimidad. Muchos cuestionan hoy su imagen de ícono inconformista y la sinceridad de sus posturas sobre la igualdad de géneros o el capitalismo.
Como ha ocurrido con figuras como Ernesto Che Guevara, la imagen de Lennon, con sus frases más emblemáticas y sus gafas redondas se multiplica en camisetas que lucen personas en el mundo entero.
«John ha pasado a la historia como el provocador de la banda, por ejemplo con el terrible escándalo de la época, cuando dijo que los Beatles eran más conocidos que Cristo. Pero no se politizó y solo comenzó a visitar galerías de arte con Yoko Ono. Al principio, el más apegado a la cultura, el que recorría las exposiciones, era Paul«, recuerda a la AFP Stan Cuesta, autor de «The Beatles».
«En Lennon hay un lado ‘teddy boy’ (movimiento cultural juvenil surgido en Londres en los años 1950, con una estética asociada al rock y a la insatisfacción social), es alguien que también tuvo un Rolls en un momento. Es alguien muy complejo», asegura Cuesta.
Eric Burdon, exlíder de Animals cuenta por ejemplo en el documental «Rock’n’roll animal» que la canción «I am the walrus» de los Beatles, nació de una «orgía sexual» en la que ambos participaron en Londres.
Pero volviendo a la música, Stan Cuesta insiste en que Lennon era un «genio natural de la música, el más intuitivo de los Beatles y el único capaz de componer un clásico como ‘Strawberry fields forever'».
John Winston Ono Lennon es de los indiscutibles. A veces hay que recordar que el big bang de The Beatles estuvo en su persona, como fundador de The Quarrymen e imán que fue atrayendo a Stuart Sutcliffe, Paul McCartney, George Harrison, Pete Best, Ringo Starr. Puede decirse que la revolución cultural que cambió al planeta Tierra tuvo su punto cero en el 251 de Menlove Avenue, en los suburbios de Liverpool. La casa todavía está ahí. Lennon no.
John Lennon solía decir que había nacido durante un bombardeo nazi. Los periódicos de la época señalan ataques del blitz alemán sobre Liverpool –que, en tanto puerto, era un objetivo estratégico- el 7 y el 10 de octubre, pero la imprecisión histórica es solo una anécdota. Lo cierto es que, como sus futuros compañeros, Lennon fue producto de una generación de posguerra cuyo hambre de cambios culturales tuvo directa relación con lo que sucedería en los años ’60. La militancia pacifista que lo caracterizó en su madurez tuvo que ver con su interacción con Yoko Ono, pero sobre todo con el haber crecido entre escombros, en la Inglaterra del racionamiento y la escasez producto de la Segunda Guerra Mundial. Todo en sus años formativos, en rigor, tuvo algún correlato en su obra artística y en sus decisiones personales.
Para empezar, la familia: la ausencia de Alfred Lennon –el marinero a quien John supo recriminar su oportuna reaparición cuando él ya era una estrella-, el tironeo entre dos crianzas femeninas contrapuestas, no son datos menores a la hora de explicar o entender su personalidad. La tía Mimi le dio amor incondicional pero también un estricto corset ante el que rebelarse; la madre Julia fue un espíritu libre, que le enseñó sus primeras canciones en un banjo y le regaló su primera guitarra ante el ceño fruncido de Mimi, que le decía «la guitarra está muy bien, pero nunca te vas a ganar la vida con eso». Julia sería poco después otra ausencia dolorosa: su muerte en un incidente vial forjó a un adolescente rebelde, poseído por una furia que solo lograría liberar del todo en la terapia del “grito primal” muchos años después.
Si The Beatles inventaron unas cuantas cosas al abandonar la labor en vivo y empezar a utilizar el estudio como un laboratorio de ideas, y no el mero edificio donde se plasman las grabaciones, también patentaron el amargo final de una banda. Los pibes que componían en un dormitorio terminaron comunicándose vía abogados. Lennon mencionaba con amargura que el acuerdo de dos páginas con Allen Klein debió disolverse con un mamotreto de más de 150. Yoko Ono no tuvo la culpa de nada, pero es cierto que John rompió el ya delicado balance al convertirla en una presencia permanente, testigo indeseada de un panorama de relaciones humanas estropeadas por la presión de años de Beatlemanía.
Las tormentas personales de Lennon influyeron en su discografía solista, que fluctuó entre genialidades como Imagine y el disco de la Plastic Ono Band con álbumes desparejos como Mind Games o Walls and Bridges. Tampoco ayudó a su paz de espíritu la persecución del gobierno de Richard Nixon, que no toleraba su agitación permanente contra Vietnam y a favor de los trabajadores explotados por el sistema capitalista, lo espió y estuvo a punto de deportarlo. A Lennon lo salvó Watergate y la renuncia de Nixon, y solo recuperó el balance en la reconciliación con Yoko y la dedicación que le dio a su hijo Sean: John, que sometió a su primer hijo Julian a un abandono similar al que sufrió él por parte de Alf, decidió en 1975 dejar la música a un lado y concentrarse en su familia. Solo saldría de ese círculo íntimo para encontrarse con un destino horrible.
1980 tenía un aspecto mucho más esperanzador de lo que terminó siendo. Lennon celebró su cumpleaños 40 con el lanzamiento de Double Fantasy, su primer disco de canciones originales desde 1974 (Rock’n’roll, de 1975, era un álbum de versiones). La relación con McCartney había salido del freezer, e incluso en su último encuentro -cuatro años antes en el Dakota Building de New York- habían considerado seriamente aceptar la invitación que les lanzaron desde el estudio de Saturday Night Live. De algún modo, los comediantes supieron que estaba teniendo lugar un encuentro cumbre, y se tiraron un lance. Hubieran reventado las primeras planas.
Aun con grandes canciones como “(Just Like) Starting Over”, “Woman”, “I’m Losing You” y “Watching the Wheels”, Double Fantasy fue recibido por la prensa con un entusiasmo moderado. Quizá tuvo que ver la expectativa por la larga pausa, pero de cualquier manera todos reconocieron que la música recuperaba a un jugador necesario. Pero mientras eso sucedía, un desquiciado llamado Mark David Chapman incubaba el acto que iba a detener la respiración del mundo. Esa noche nefasta de la cual también se cumplirá un aniversario redondo hoy. Los cuatro balazos que le dieron peso insoportable a la frase “El sueño se terminó”.
El lunes 8 de diciembre, unas semanas después, Lennon se despertó temprano. “Había un cielo azul brillante que se extendía sobre Central Park”, recordaría años después Yoko Ono. Ese día tenían una agenda apretada de compromisos con la prensa y la grabación de una nueva canción en el estudio, por lo que, luego de desayunar, el músico salió a cortarse el cabello. Al volver a su apartamento, recibió a la fotógrafa Annie Leibovitz, quien tenía el encargo de retratarlo para la portada de la revista Rolling Stone.
Ella quería que saliera solo, pero Lennon insistía en que apareciera también su esposa. Así que Leibovitz optó por tomar unas fotos que resultaron icónicas: Lennon, desnudo, abraza a Ono, vestida, en la alfombra de su casa. Feliz con el resultado, el cantante recibió al locutor Dave Sholin de la emisora RKO, a quien le dio la que con el tiempo se convertiría en su última entrevista (una que justo se acaba de convertir en un documental).
Mientras hablaba de todo (la separación de los Beatles, Paul McCartney, su carrera como solista), varios fanáticos lo esperaban afuera del edificio, a unas calles de Central Park. Era lo normal: siempre se reunían para tomarle fotos o pedirle autógrafos. Entre ellos estaba Chapman. El joven intentó volver a Hawái para continuar con su vida, pero el mal trabajo (era celador en un hospital), la adicción al alcohol y la infelicidad no habían desaparecido. En medio de la depresión, leyó unas 15 veces El guardián entre el centeno, novela de J. D. Salinger, que se había convertido en su libro favorito, y comenzó a pensar que él era el protagonista, un adolescente rebelde y rechazado llamado Holden Caulfield. En esas páginas vio una especie de designio: tenía que volver a Nueva York para terminar lo que había empezado.
Fanático cristiano y víctima de bullying en el colegio, Chapman era lo que muchos llamarían un nerdo o un friki. Había sido fanático de los Beatles, pero la declaración de Lennon comparándose con Jesús y la forma en la que evolucionaron sus letras lo terminaron alejando de ellos. Creció frustrado con su vida, hastiado con su mediocridad y anhelando ser famoso. Y en algún momento, influenciado por la novela de Salinger, llegó a pensar que la única forma de lograrlo era matando a alguien que ya lo fuera.
Hizo una lista con personajes como la actriz Elizabeth Taylor y el presentador Johnny Carson, aunque el escogido fue Lennon, su ídolo de infancia, a quien consideraba un hipócrita desde que había leído la biografía One Day at a Time. Como le dijo años después a su biógrafo: “Lo quería matar, porque no podía soportar más ser un don nadie. Me estaba ahogando, me estaba sofocando en esa condición”.
Enceguecido por ese sentimiento, había rondado el edificio Dakota durante ese lunes con un arma cargada, una copia del disco que Lennon y Ono sacaron 20 días atrás y una edición recién comprada de El guardián entre el centeno. En su habitación del hotel Sheraton, además, había dejado objetos personales, papeles de identificación y una Biblia con la inscripción “El evangelio según John Lennon”.
A las cinco de la tarde, Lennon y Yoko Ono terminaron la entrevista y salieron para dirigirse al estudio de grabación. El ex-Beatle se tomó su tiempo para saludar a los fanáticos que lo esperaban, y Chapman, sin decir una palabra, le pasó el disco que tenía en su bolsillo con un bolígrafo. Luego de firmar con un “John Lennon 1980”, el músico le preguntó: “¿Es todo lo que quieres?”, y Chapman, obnubilado por su amabilidad, solo atinó a murmurar un sí y luego vio cómo se marchaba en una limusina. Pudo haberse ido, arrepentido, pero decidió esperar en el umbral de la puerta.
Y allí seguía a las diez de la noche cuando Lennon y Ono regresaron. El músico planeaba entrar al apartamento, darle un beso de buenas noches a su hijo Sean y luego ir a comer en algún restaurante. Ella salió primero del carro, y él la siguió unos pasos atrás. Alcanzó a ver al fanático que le había pedido un autógrafo unas horas antes y pasó de largo. Justo en ese momento, Chapman sacó su arma y disparó cinco veces. Un tiro pasó por encima de Lennon y dio en una ventana, dos le acertaron en la espalda y los otros dos, en el hombro izquierdo. Ensangrentado y herido de muerte, el músico solo atinó a dar unos pasos y decir “Me dispararon”, antes de caer en el suelo.
Cuando la policía llegó al lugar, el celador intentaba ayudar al ex-Beatle moribundo, y Chapman estaba sentado en la calle, con el arma en el piso, leyendo el libro. En su primera página había escrito una dedicatoria: “Esta es mi declaración, Holden Caulfield”.
La noticia se filtró a los medios porque un productor de la ABC estaba en el hospital por un accidente menor y vio llegar al músico, sin signos vitales, en una camilla escoltada por varios paramédicos. Luego de las confirmaciones de rigor, y sabiendo que tenía una primicia mundial en sus manos, el canal decidió anunciarla durante los últimos minutos de un partido de fútbol americano, sin esperar un boletín noticioso. Cuando el narrador deportivo dio la primicia, consternado, el mundo se paralizó. El líder de los Beatles, la banda más importante de la historia, había sido asesinado a sus 40 años.
Miles de personas, adoloridas, salieron a las calles, frente al edificio donde habían ocurrido los hechos y al hospital, y comenzaron a llevar ofrendas florales, a llorar y a cantar. Las escenas multitudinarias se repitieron en todo el mundo por varios días, y durante algunas semanas los noticieros no hablaron de otra cosa. Chapman se declaró culpable y fue condenado a cadena perpetua. Hasta hoy, ha solicitado la libertad condicional en 11 ocasiones, sin éxito. La última vez, hace unos meses, atinó a pedir perdón: “No tengo excusa. Esto fue por gloria personal. Creo que es el peor crimen que puede haber en contra de alguien que es inocente”.
Lo cierto es que tras 40 años de la muerte del famoso músico, su legado sigue siendo más presente de lo que muchos creen y su mensaje de paz da la vuelta al mundo con sus canciones y los momentos que marcaron un antes y un después en su vida en la industria musical.